“Consolad, consolad a mi pueblo, dice vuestro Dios. Hablad al corazón de Jerusalén”. Dios quiere transmitir a su pueblo probado durante decenios en la deportación a Babilonia, el consuelo: pronto serán liberados y volverán a su país. El anuncio más consolador es que Dios llega, que llega con poder, que perdona a su pueblo sus pecados anteriores, que quiere reunir a todos los dispersos, como el pastor a sus ovejas. En este tiempo de Adviento también nos quiere llenar del consuelo de la esperanza a cada uno de nosotros. Dios es rico en misericordia, por el gran amor con nos ama (cf. Ef 2, 4), sale a nuestro encuentro, sale a buscarnos como a la oveja perdida. “No es voluntad de vuestro Padre que está en el cielo que se pierda ni uno de estos pequeños”. El Dios que nos revela Jesucristo no queda indiferente ante el destino de los hombres. Es él quien está empeñado en llevarnos al cielo. Es Cristo quien nos trae el consuelo.

En el centro de esta parábola está la alegría de Dios. Su alegría es encontrar de nuevo, es perdonar, es salvar, es devolver la felicidad. Su alegría es encontrarnos y llevarnos con él. Quiere a todas las otras ovejas; pero la perdida le ha dado una particular alegría y desde ahora se sentirá más vinculado a ella: porque le ha salvado la vida. Habría muerto desgraciada, lejos del rebaño. La consideración de esta verdad llenará nuestro corazón de esperanza y agradecimiento, de la alegría ante la cercanía de la venida del Señor a la vida de cada uno. A los primeros a quien Cristo Jesús quiere salvar en este Adviento es a nosotros mismos. Tal vez no seremos ovejas muy descarriadas, pero puede ser que tampoco estemos en un momento demasiado fervoroso en nuestro seguimiento del Pastor. Todos somos débiles y a veces nos distraemos del camino recto.

Cristo Jesús nos busca y nos espera. No sólo a los grandes pecadores y a los alejados, sino a nosotros, los cristianos que le seguimos con un ritmo más intenso, pero que también necesitamos el estímulo de estas llamadas y de la gracia de su amor. Somos nosotros mismos los invitados a confiar en Dios, a celebrar su perdón, a aprovechar la gracia de la Navidad. El que está en actitud de Adviento es él. Y esto también nos compromete a hacer nosotros lo mismo con los demás y ser también quienes llevan consuelo a su pueblo, particularmente a los más pequeños, quienes salen al encuentro de la oveja perdida.

En este tiempo hemos de acudir especialmente a nuestra Madre, modelo de esperanza, de apertura a las necesidades de los demás y preparar un corazón bien dispuesto al Señor. A ella nos encomendamos.