DESDE MI HABITACIÓN…

 

 ¿Quién no recuerda una de esas célebres frases de nuestra madre, familiar u otra persona que forma parte de nuestra vida, que hace referencia a nuestra habitación? Que si debe de estar limpia, ordenada, y tal y tal. Hoy, me parece encontrar sentido a algunas de estas frases que tanto me desagradaban, aunque mi madre no lo hiciera con esa intención (creo…).

 

La habitación de cada uno es el espacio personal más íntimo, en donde sólo cabe uno y lo que cada cual quiera. Es el lugar en donde realizamos las cosas a un nivel más intimo (nos cambiamos de ropa, descansamos, compartimos momentos con nuestro seres más queridos –amigos o más allegados-, etc.), el lugar donde tenemos guardados nuestros momentos personales más íntimos (cartas de amigos y amigas, la oración, la reflexión, el lloro y el llanto, etc.). Es el espacio propio, ese al que llamamos: “es mi habitación”, no una habitación de la casa en donde vivo, sino “es mi habitación”. Es, ese espacio que ordenamos o desordenamos a nuestro gusto, el que sentimos como algo propio y personal del que sólo manda, hace y deshace uno mismo.

 No obstante, siempre hay un elemento que se “cuela” e invade nuestra habitación. Lo hace sin permiso, sin llamar y sin que uno lo vea. Podría ser el sol, pero a este se le ve desde lejos. Podría ser el viento, pero puede que la habitación no tenga ventanas. ¿Qué quién es? El polvo. Uno no lo ve, no lo siente, no le puede impedir que pase. Alguien puede que se esté cansando de leer esto, que no le encuentre sentido, o que piense ¿qué tiene que ver con la realidad esto? Mi realidad, mi visión de este lugar tan especial, es mi vida propia. El reflejo de mi vida, de mi momento personal por el que atravieso, se ve reflejado en mi habitación.

 

Cuando tengo mis emociones, mis vivencias, mi sentido de la vida un poco “desordenado”, casualmente tengo la habitación desordenada. Las cosas no están en su sitio: que si las zapatillas, que si la ropa sucia, que si un papel por aquí, que… Existe una semejanza entre lo que veo en mi espacio (“la habitación”), y lo que no veo o no quiero ver (“mi ser, mi interior”, “lo que soy”). De la misma forma, cuando la habitación se encuentra perfectamente limpia y ordenada, en donde ni el calvo del algodón encuentra rastro de suciedad, mi vida interior también está calmada, equilibrada. Uno se encuentra a gusto, muy a gusto, cuando acaba de limpiar la habitación. Se la mira y la vuelve a mirar. Respira con tranquilidad y disfruta de ese olor a limpio. Encuentra paz en su espacio. Del mismo modo, la necesidad de limpieza de la habitación también nos viene cuando no nos encontramos bien con nosotros mismos, cuando encontramos desequilibrios o incoherencias entre lo que vivimos y lo que sentimos.

 A todo esto, tenemos también otro elemento que no controlamos. Si en la habitación se llamaba polvo, que es lo que frecuentemente más nos alarma e indica la necesidad de limpieza, en nuestro ser, en nuestra alma, se llama Dios. Puedes llamarle Jesús, Buda, Mahoma, o como quieras. Yo lo llamo Amor, y es éste  el que me empuja a compartir mi vida, a “limpiar” mi vida para y con los demás, y también con uno mismo. De igual forma, entra sin llamar, no lo ves venir, no lo puedes controlar. Como el polvo, siempre está presente, aunque a veces nos empeñemos en no verlo.

 

Ahora, cuando regrese a “mi habitación” me volveré encontrar con “mi ser, mi momento personal”. Espero que esté ordenada, aunque a veces es conveniente que no lo esté para que nos movilicemos y no caigamos en conformismos y perezas de búsqueda en nosotros mismos. El que esté todo en su sitio puede hacernos intolerantes ante los cambios o las posturas nuevas ante las que hay que posicionarse.

 Recuerda, puede que tu habitación sea el reflejo de tu ser, de tu interior. Ordena lo que pienses que de debe estar ordenado. Tómate tu tiempo. Muchas veces hay que ordenar cosas que llevan un proceso y no son inmediatas. No tengas miedo a mover las cosas de su sitio y ponerlas en el suyo. El polvo aparecerá, y el Amor formará parte de tu vida. Cuando arregles tu habitación, hazlo a tu estilo personal. Acéptate tal cual eres, con tus cosas limpias y aquellas que se podrían limpiar. Nunca permanezcas quieto, puesto que ni el mismo polvo lo está, el Amor está constantemente entrando en tu ser. Y por último, recuerda que en tu habitación cabe gente. Comparte lo que tienes con tus seres más queridos, con aquellos importantes que forman parte de tu vida, te acompañan y te aceptan.

 Juanjo M.