Afirmar que la vida es una sorpresa continua es casi obvio, sin embargo quizás no estamos acostumbrados a practicar lo que eso mismo significa. Aquella famosa canción “La vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida” quizás nos lo recuerda pero qué pocas veces somos capaces de abrirnos a ellas, acoger lo que nos llega, o más difícil todavía, acoger a quien nos llega.
Solemos hablar con frases ya hechas, como “cada día es un regalo”, “una oportunidad”, pero quizás las prisas, preocupaciones, nos relegan la ilusión y la buena predisposición al cajón del olvido y al final del día cuando llega el silencio de la noche, uno se puede preguntar, ¿qué hubo de nuevo, de sorpresivo en el día?.
>En otras ocasiones, las sorpresas son sonoras y festivas, casi celebraciones, pero estas son pocas; una noticia, una visita, un viaje, “demasiado ruido y pocas nueces”, como suele decirse; la mayoría se van y sólo dejan el recuerdo que se borra con el tiempo y nuevamente esperamos que llegue la sorpresa como el que anhela la fiesta de cumpleaños…
Las hay que impactan y nos dejan impotentes, nos ponen en contacto con nuestras limitaciones y debilidades más inherentes a nuestra condición; una enfermedad, un accidente, una ruptura… “vaya sorpresita” decimos a menudo… Pero éstas se las achacamos a Dios, a su falta de condescendencia, a la injusticia de este mundo, a la cruda realidad de una vida que no es más que “un valle de lágrimas”…
Quizás hemos perdido la verdadera capacidad de sorprendernos, de dejarnos impactar y reconocer lo que detrás de cada acontecimiento, de cada encuentro, de cada noticia puedo descubrir de mí mismo, de la vida, … Cada momento alegre o doloroso, nos ayuda a ponernos en nuestro sitio, a tomar las verdaderas medidas de nuestro “traje cotidiano”, a ver dónde pongo mi tesoro y mi corazón, qué espero de la vida,..
Abrirse a la vida, significa dar la posibilidad de crecer, de sentir, de no ocultar, de dejarse interpelar, de mirarse hacia dentro y ver por dónde van mis caminos, mis verdades, mi espiritualidad… Es desde esta actitud donde aprendemos la importancia de las sorpresas de cada momento. Un apretón de manos, la mirada furtiva de un conocido, la demanda intempestuosa, la sonrisa del compañero, aquel encuentro intrascendente, un tropiezo en la calle, el dolor del amigo, la soledad del vecino, las flores del parque, el trabajo bien hecho, un beso no esperado, la libertad de los sentimientos, el derecho a soñar, cada gesto de acogida y aceptación del que es distinto a mí… Abrirse a la vida, dejarse sorprender es la gran oportunidad de renovación interior, de crecimiento personal, de ser sorpresa para los demás…