Han comenzado las primeras nieves en Madrid. La casa donde vivo tiene unas escaleras que, simplemente con un poco de agua – y no digamos con nieve o hielo-, son tremendamente resbaladizas. Así que en cuanto empiezan los primeros copos de nieve hay que echar sal para que no se forme hielo y no bajes los diez escalones de golpe…, y menudo golpe sería. El hielo del suelo es fácil de quitar si la capa no es muy gorda, si dejas que “engorde” ya es muy difícil de quitar aunque uses la sal, pero al final, cuando el sol empieza a calentar, termina por fundirse.

“En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y nos envió a su Hijo como víctima de propiciación para nuestros pecados.” Leer detenidamente las cartas de San Juan es algo muy importante. Es el apóstol con el que termina la Revelación pública de Dios y las cartas las escribe ya talludo, iluminando el Espíritu Santo toda una vida que ha conocido y amado al Señor y alojado en su casa a nuestra Madre la Virgen. Por ello se atreverá a dar una definición de Dios: “Dios es amor.”

En muchas ocasiones se nos ha metido en la cabeza y en el corazón que nos tenemos que ganar el amor de Dios. Que son nuestras acciones las que hacen que Dios incline su balanza a querernos o, por otra parte, esté buscando ponernos pruebas y dificultades como si fuéramos sus adversarios. Y nos pasamos la vida haciendo cosas para agradar a Dios. Y, en ocasiones, el alma se va enfriando, y esas obras se convierten en una fina capa de hielo que nos impiden gustar de Dios, avanzamos hacia Él con miedo a resbalarnos y caernos. Y si seguimos así la capa se hace tan gorda que al final desistimos de ir hacia Dios, nos contentamos con cumplir y no mucho. Es mejor prevenir desde el principio y tener siempre cerca la sal de los sacramentos, de la Sagrada Escritura, de la oración y de la caridad sincera, eso evitará que aunque el tiempo esté muy frío el hielo llegue a cuajar. Pero si la capa de hielo ya se ha hecho muy gorda no intentes cansarte dándole golpes y con mucho esfuerzo, es duro como el cristal blindado y te agotarás para no conseguir nada. Orienta tu alma hacia el sol del Espíritu Santo y deja que sea Él el que vaya derritiendo esa placa de hielo duro que envuelve tu alma. Déjate querer por Dios. ten la certeza de que ya te quiere, ahora, así como estás, aunque te consideres indigno y poca cosa y que puedes hacer mil cosas más y mil cosas mejor. Sólo con la certeza de que Dios te ama ahora como eres podrás comenzar a corresponder a ese amor que te ha sido dado primero, de forma totalmente gratuita e inmerecida, como el niño que es amado por sus padres simplemente por el hecho de existir, sin tener que hacer nada, e incluso cuando llora a las tres de la mañana. Entonces verás que el hielo se derrite, que se te quita el miedo a avanzar junto a Cristo y hasta llegarás a correr a su lado, gozándote en el gozo de Dios contigo. 

«Dadles vosotros de comer» Jesús no espera a que haya una revuelta de hambrientos. Ni tan siquiera tenía por qué darles Él de comer, pero se adelanta porque estamos como oveja sin pastor, necesitados de su palabra y de su alimento. 

¿Has pensado la cantidad de Misas que se han celebrado sin pueblo durante este tiempo de la pandemia? Jesús se nos da en pura gratuidad, no por el número de asistentes o lo “dinámica” que sea la celebración. El mismo amor de Dios hacia nosotros está presente en una Misa a la que acude un feligrés (y con sueño), que en la que se celebra en un estadio abarrotado. A veces hemos querido hacer del centro de la Misa lo que llaman “la asamblea”, pero, si en el centro no está Cristo, pobre expresión del amor de Dios es esa celebración…, y entonces comienza a hacer frío. Por supuesto que ese amor recibido luego pasa a ser amor dado: “amémonos unos a otros, ya que el amor es de Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios.  Quien no ama no ha conocido a Dios.” 

Hoy me estoy alargando, podría estar folios y folios escribiendo sobre esto, pero es hora de acabar. Seguimos en tiempo de Navidad, acurrúcate en un lado del pesebre, deja que María te arrope y San José vigile tus sueños, duerme y ten la certeza que ese niño, que es Dios, ya te está amando.