“Cuando se cumplieron los días de la purificación, según la ley de Moisés, los padres de Jesús lo llevaron a Jerusalén para presentarlo al Señor”. La ley establecía dos ceremonias que debían llevarse acabo una vez realizada la circuncisión: el hijo primogénito debía ser presentado al Señor, y posteriormente “rescatado”, y la madre tenía que purificarse de la impureza legal contraída tras el parto y que culminaría con un sacrificio. Esta es la escena que nos relata el Evangelio de hoy. De este modo, “los padres de Jesús cumplen lo establecido en la ley del Señor”, aunque Jesús no debería ser rescatado, cuando es el Rescatador de la humanidad, ni María, ser purificada de nada ya que es Inmaculada desde su concepción. Sin embargo, quien asume plenamente la condición humana, no es eximido en los planes de Dios del cumplimiento de lo establecido en recuerdo de la liberación de Egipto. Como nos recuerda la segunda lectura de hoy, “lo mismo que los hijos participan de la carne y de la sangre, así también participó Jesús de nuestra carne y sangre, para aniquilar mediante la muerte al señor de la muerte, es decir, al diablo, y liberar  a cuantos, por miedo a la muerte, pasaban la vida entera como esclavos”.

José y María, rescatan a su primogénito con la ofrenda prevista para los pobres: “un par de tórtolas o dos pichones”. Sin embargo, ellos harán una ofrenda de valor incalculable. Sólo Simeón y, movidos por Espíritu Santo, han reconocido a quien es “luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel”. Únicamente Simeón pudo descubrir en ese Niño al Mesías del Señor, al Salvador. Pidamos a San José y a María que podamos contemplar con los ojos del corazón al Señor y reconocerle como nuestro Salvador. Que abramos el corazón para dejar “entrar el Rey de la gloria”.

La presentación de Jesús niño es también un acto de entrega de sus padres. María actualiza una vez más su “hágase en mí según tu palabra” y José la rendición a los designios de Dios para acoger a María que había concebido por la acción del Espíritu Santo. Esta fiesta es para cada uno una invitación a renovar nuestro sí a Dios y nuestra entrega en la vida de cada día, en las circunstancias en las que la Divina Providencia quiere o permite para cada uno de nosotros.

Que nuestra Madre del Cielo interceda por nosotros y nos “presente” al Niño Dios y como Simeón podamos tomarlo en nuestros brazos y bendecir a Dios.